En
1579 nace en Lima, Perú, el primer Santo mulato de América, Martín de
Porres, hijo de un blanco español y de una negra africana.
Por
ser mulato fue despreciado en la sociedad de la época. Aunque estudió
para ser cirujano, consagró su vida a ayudar a los más necesitados. Fue
monje en el monasterio dominico del Santísimo Rosario e ingresó en la
orden nueve años después. Con el correr del tiempo, Martín fue ganando
fama, entrando en la imaginería popular.
El 2 de junio de 1603 San Martín de Porres se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: “Se
ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a
españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular
amor”. La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: “No hay gusto mayor que dar a los pobres”.
San Martín de Porres ve confirmado en su persona el Evangelio: “El que se humilla será ensalzado”.
Este hombre que sintonizaba con la oscuridad de su piel y que
disfrutaba en Dios al verse humillado y postergado, pasados los siglos
será un Santo que centre en su persona los dos continentes: Europa y
América, San Martín es querido por todos, invocado por ricos y pobres,
enfermos y menesterosos, por hombres de ciencia y por ignorantes. Su
imagen o su estampa va en los viajes, está en las casas y en los
hospitales, en los libros de rezo y en los de estudio. Todo porque fue
humilde, obediente, y, como dijera Juan XXIII, “Es Martín de la Caridad”.
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